Pocas materias suscitan tantas expectativas en cada avance que se consigue en investigación, como la oncología. Es innegable que en los últimos años la terapia oncológica ha experimentado un formidable desarrollo, con nuevas moléculas que abren nuevas posibilidades terapéuticas contra esta enfermedad. Sin embargo, el verdadero factor contribuyente en la mejora de la supervivencia ha sido el diagnóstico precoz, ya que solamente un 20% del aumento de la supervivencia global a 5 años puede atribuirse a la quimioterapia1.
A pesar de los logros en el aumento de la esperanza de vida, todavía una parte de estos pacientes son diagnosticados en fases avanzadas o presentan una recaída durante el curso de la enfermedad. Agotadas las opciones curativas, entra en juego la importante decisión de adoptar una actitud terapéutica que se limite a proporcionar el confort necesario para el paciente durante la última etapa de su vida. La incorporación de cuidados paliativos a los enfermos terminales ha demostrado tener un impacto positivo, extensible a familiares y cuidadores2. Además, el uso de quimioterapia en el final de la vida del paciente no se correlaciona con mayor efectividad o beneficio en términos de supervivencia3.